domingo, 17 de julio de 2011

Leyenda zarumeña: La dama misteriosa


Zaruma antes de las guerras de la independencia era un preciado don de los españoles, ya que sus minas les ofrecían cantidades asombrosas del codiciado oro, es por eso que venían de otros lares mucha gente. Llegaba de todo, gente buena, dadivosa y trabajadora; y, gente mala de pésimos instintos, criminal. También llegaban mujeres virtuosas, pero no faltaba en este ramillete de hermosas féminas, alguna que, siendo bella, era de alma descarriada, como la dama de nuestro cuento que pecó tanto y fue tan perseguida por los hombres que aún después de muerta continuaba tentando al prójimo masculino, pues del más allá retornó, siendo objeto de persecuciones con afanes libidinosos, aunque el “Don Juan” que pretendía obtener réditos amorosos, se arrepentía de por vida y prometía con oraciones al cielo jamás intentar de nuevo quebrantar la cruz del hogar.

La dama desapareció de este mundo a causa de una muerte inesperada y por la mala fama que tuvo, su cuerpo inerte fue llevado por personas caritativas directamente a un hoyo cavado ex profeso en la ladera que hacía de cementerio. Fue rápido al campo santo porque el Cura de entonces no quiso ni oír que una mujer pecadora, que en vida jamás pisó la iglesia, llegue ahora al templo, porque éste podía reventar por la presencia de este cuerpo que era un fardo apretujado de pecados. Compréndase por injustificable la actitud del sacerdote, ya que el hecho se daba en un tiempo de extremado apego a las normas católicas y los “curitas” tenían prácticamente la última palabra en el poder decisivo de los pueblos, al menos en esto de enterrar a los difuntos.

Aquella señora fallecida, pasó entonces a convertirse en alma en pena es por eso que años más tarde por la Quebrada de Juan Gómez o por el camino que conducía a la legendaria mina del Sesmo, aparecía por las noches una hermosa mujer de cuerpo esbelto, de cabello castaño con un rostro sonrosado, labios voluptuosos y ojos de mirar coqueto, y los hombres especialmente los mineros ibéricos o criollos que caminaban por dichos lugares eran atraídos por aquella dama y la seguían para cortejarla, aunque jamás por más que quisieron. Lograron alcanzarla, pues por algún motivo sobrenatural, siempre se mantenía una distancia de un metro entre la misteriosa dama y el sátiro perseguidor.

La mujer conservaba la deslumbrante belleza que había tenido en vida. En un punto cualquiera, la dama se detenía con manifiestas intensiones de corresponder a su pretendiente. Mostraba su hermoso rostro y su espigado cuerpo al emocionado galán y en verdad ahí estaba de frente una radiante ninfa de hermosura indescriptible, pero, de repente, sus ojos se perdían en la nada, dejando dos oquedades huesudas, sus encarnados labios caían para dejar sus dientes a la vista dibujando una sonrisa de tétricos presagios, el rostro iba desintegrándose poco a poco, prontamente, y el cabello sedoso y ondulado desaparecía quedando su cabeza en calavera y todo su tentador cuerpo en esqueleto. El pobre galán con ese cuadro de horror, salía en arremetida fuga, era presa de convulsiones o perdía el conocimiento. Esta era la Dama Misteriosa.

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